El día de Elara transcurrió con la predecible perfección. Los informes de disonancia fueron procesados con eficiencia robótica, y las intervenciones se ejecutaron sin el menor fallo. Hoy, por ejemplo, había supervisado la Re-armonización Emocional de un ingeniero de sistemas cuyo estrés laboral había alcanzado niveles inaceptables, guiándolo a través de simulaciones de realidad virtual diseñadas para suprimir la ansiedad. Anteriormente, había corregido la Corrección de Recuerdo de una archivista que, inexplicablemente, conservaba recuerdos de eventos históricos prohibidos. Cada interacción, cada análisis, reforzaba la aparente solidez del Sistema de la Armonía. Había apagado chispas de creatividad no regulada, supervisado la Reintegración Social de individuos que mostraban tendencias al aislamiento, y hasta realizado Auditorías de Emociones aleatorias para asegurar la pureza emocional del sector.

Sin embargo, al concluir su turno, durante la autoevaluación rutinaria, el panel incrustado en su muñeca brilló con una irregularidad.

No era una alarma crítica, ni una amenaza externa. Era una lectura anómala interna. Una sutil alteración en sus propios patrones neuroquímicos, apenas un parpadeo en la inmensidad de su lógica programada. Un insignificante 0.001% de variación en su índice de estabilidad emocional. Despreciable para cualquiera, pero para una Cazatalentos como Elara, era un fallo de código inaceptable. Era su propio código el que fallaba.

La frialdad de su razón le aconsejó ignorarlo. Era un margen de error, un dato residual dentro de los parámetros tolerados. Una partícula de polvo en un cristal impecable. Pero la misma lógica que la impulsaba hacia la perfección se detuvo. ¿Cómo podía ignorar una anomalía que, por definición, no debía existir en su propia programación?

Mientras su mente procesaba la irrelevancia y la incongruencia de la lectura, el panel de su unidad habitacional se encendió, anunciando una nueva asignación. Su próximo objetivo. La pantalla proyectó el perfil, y Elara sintió una punzada, no de emoción, sino de… ¿sincronía?

El nombre: Kael. La descripción: Artista Subversivo. La ubicación: Sub-Niveles, Sector Delta-7. La clasificación: Anomalía Emocional Aguda.

Los informes del Sistema detallaban que el arte de Kael no era simplemente estético, sino activamente subversivo. Se consideraba una forma de «bio-arma emocional», un virus mental capaz de socavar los cimientos de la Armonía. Se describían sus creaciones como psicoactivas, capaces de influir directamente en el estado emocional del observador, generando un «efecto resonancia» que amplificaba emociones reprimidas. Se las consideraba desestabilizadoras, desafiando la lógica y sembrando la duda en la realidad controlada. Eran atávicas, evocando instintos primarios y conectando con un pasado humano peligroso. Se les atribuía un potencial contagioso, amenazando la estabilidad social, y a pesar de todo, eran en última instancia incomprensibles, escapando a los análisis lógicos del Sistema.

Los Sub-Niveles eran un territorio que Elara solo conocía por los informes de seguridad. Un laberinto de infraestructuras obsoletas, túneles olvidados y espacios marginales, apenas controlados por la implacable eficiencia del Sector Gamma. Era el refugio de las disonancias más obstinadas, donde las sombras se aferraban a los últimos vestigios de lo que El Sistema había suprimido. Eran el hogar de aquellos que no encajaban en la sociedad del Sector Gamma: disidentes políticos, artistas subversivos, individuos con enfermedades mentales no tratadas, tecnófobos que rechazaban la integración tecnológica, y simplemente aquellos que habían sido olvidados o abandonados por el Sistema.

Un artista. Un creador de «imágenes que provocaban». Y su propia anomalía interna, mínima pero persistente. La coincidencia era, según su lógica, una simple probabilidad estadística. Pero la semilla de curiosidad sembrada en su mente, esa «extraña calidez», parecía ahora palpitar con una intensidad creciente.

Elara se irguió en su uniforme perfecto. La misión era inequívoca: neutralizar la disonancia, restablecer la Armonía. Pero por primera vez en su vida, mientras se dirigía al punto de descenso hacia los Sub-Niveles, la razón fría de Elara no era la única voz en su interior. Había un eco. Un susurro de lo inexplorado.