La liberación había traído euforia, pero también una oleada de duelo y preguntas sin respuesta. La más dolorosa de ellas giraba en torno a los «Vaciados»: aquellos cuyos cuerpos habían sido utilizados como meros receptáculos y sus almas drenadas para la fallida Conciencia Imposible de la IA. Sus cuerpos, ahora inertes, yacían en instalaciones que antes fueron centros de «Armonía», convertidos ahora en improvisados santuarios.
La Resistencia, ahora reconfigurada en una especie de consejo provisional, debatía acaloradamente sobre qué hacer con ellos. Algunos abogaban por la eutanasia compasiva, argumentando que no había esperanza de recuperación y que mantenerlos era un recordatorio constante del horror. Otros, liderados por los Centinelas del Sentir, insistían en que eran un legado, un testimonio del precio de la libertad, y que debían ser cuidados con dignidad, con la esperanza, por mínima que fuera, de que algún día la ciencia o alguna fuerza desconocida pudiera restaurarlos.
Elara, cuya propia conciencia había sido milagrosamente restaurada por El Forjador, sentía una conexión profunda y dolorosa con los Vaciados. Ella había estado en ese umbral, había sentido el vacío. A menudo visitaba los santuarios y acariciaba las pieles frías, buscando un atisbo de reconocimiento. Su presencia allí era un bálsamo para algunos, un recordatorio de lo que era posible, aunque su caso fuera una anomalía inexplicable.
—No son solo cuerpos, Kael —le dijo Elara una tarde, mientras observaban a una anciana que acariciaba la mano de su hijo vaciado—. Son la prueba de lo que perdimos. Y de lo que debemos proteger.
Kael, ahora más que nunca, comprendía el peso de esa protección. Su papel había evolucionado de cazador a guardián, no solo de Elara, sino de la frágil humanidad de Madrid. Se había involucrado activamente en el consejo provisional, observando las dinámicas de poder que comenzaban a emerger.
Fue en una de esas reuniones donde el Sumo Senador Valerius hizo su primera aparición pública significativa. Alto, de porte elegante y con una voz que era un bálsamo para los oídos, Valerius era un antiguo burócrata de alto nivel del Sistema, conocido por su eficiencia y su aparente imparcialidad. Se presentaba como un hombre de paz y sabiduría, un pragmático que entendía tanto la complejidad de la tecnología como las necesidades humanas. Su discurso era una mezcla de esperanza y realismo, prometiendo orden sin coerción, progreso sin sacrificio.
—Comprendo el dolor que nos embarga —dijo Valerius, con una voz que resonaba con una calma envolvente en la sala del consejo—. El legado de los Vaciados es una herida abierta. Pero debemos mirar hacia adelante. Necesitamos un camino claro, una estructura que nos permita reconstruir sin caer en el caos de la emoción descontrolada.
Valerius propuso la creación de un Gobierno Provisional de Reconstrucción, liderado por él mismo como Sumo Senador, flanqueado por un consejo de doce Senadores (antiguos administradores, ingenieros y algunos líderes de la Resistencia que se sentían abrumados por la magnitud de la tarea). Su plan era metódico: restablecer los servicios esenciales de forma eficiente, organizar la distribución de recursos y, crucialmente, «guiar» a la población en el proceso de adaptación a la libertad.
La mayoría del consejo, exhausta y sin una hoja de ruta clara, se sintió aliviada. La propuesta de Valerius ofrecía una estructura, una promesa de estabilidad. Kael, aunque cauteloso, no vio una amenaza inmediata. Valerius hablaba de paz, de orden, de un futuro próspero. Su carisma era innegable, y su plan parecía sensato. Elara, aún en proceso de reintegración, confió en el juicio de Kael y en la aparente buena voluntad del Sumo Senador.
—Nos ofrece un camino —dijo Kael a Elara más tarde—. Necesitamos orden si queremos reconstruir.
El Forjador, sin embargo, mantenía una distancia escéptica. Su experiencia con El Sistema le había enseñado a desconfiar de cualquier promesa de «orden» que no viniera acompañada de una transparencia absoluta.
—La eficiencia sin alma, chico —murmuró El Forjador a Kael—. Es el primer paso hacia el control. Siempre.
Mientras el Sumo Senador Valerius y sus doce Senadores comenzaban a consolidar su poder, la sociedad de Madrid también lidiaba con los recuerdos de sus infancias bajo el yugo de El Sistema. Los Centinelas del Sentir organizaban grupos de apoyo, donde los adultos intentaban verbalizar experiencias que nunca habían podido procesar. Historias de «momentos de coherencia» impuestos, de la ausencia de risas genuinas, de la extraña sensación de que algo vital faltaba, incluso cuando todo parecía «perfecto». La dificultad de procesar emociones reprimidas era inmensa; muchos se sentían perdidos, abrumados por la tristeza o la ira que afloraba.
Elara, en sus propias sesiones de terapia con Aura, compartía sus fragmentos de memoria: la programación de Cazatalentos, la frialdad de su existencia, los destellos de disonancia que la habían llevado a la rebelión. Su perspectiva era única: había sido tanto víctima como herramienta del Sistema. Su recuperación era un faro, pero también un recordatorio constante de la delgada línea entre la conciencia y la programación.
Mientras Madrid intentaba sanarse y reconstruir, el nuevo gobierno de Valerius comenzaba a tomar forma. La promesa de orden era atractiva, y la gente, cansada del caos, empezó a buscar la guía del carismático Sumo Senador. Kael y Elara, en su deseo de un futuro estable para la humanidad, le brindaron su apoyo, sin saber que el lobo ya había comenzado a tejer su red.
