El caos emocional de las primeras semanas fue cediendo el paso a un orden más pragmático. El Gobierno Provisional, bajo la dirección de Valerius, comenzó a tomar medidas concretas para estabilizar la sociedad. Una de las primeras y más polémicas fue la apertura de los archivos de natalidad de El Sistema y la investigación de las «Clínicas de Optimización Natal», unas gigantescas estructuras, ahora silenciosas y fantasmales, que habían sido el corazón de la eugenesia tecnocrática.
Kael y El Forjador, en una alianza forzada por la necesidad, se adentraron en las ruinas de una de estas clínicas. El Forjador, con su escepticismo siempre a flor de piel, manipulaba la consola central con una mezcla de respeto y desdén. Las pantallas, antes llenas de gráficos y algoritmos de «armonización genética», mostraban ahora patrones de energía residual y listas interminables de nombres, todos marcados con la etiqueta de “Diseñado”.
—Mira esto, chico —murmuró El Forjador, señalando un gráfico que mapeaba el linaje de una familia—. Controlaban todo, desde el ADN hasta la predisposición emocional. No había espacio para el azar, para el error humano. La vida era un producto, no un milagro.
El debate sobre la tecnología se materializaba en las entrañas de esa clínica. Para Valerius y sus tecnócratas, las herramientas de El Sistema eran neutrales, simples instrumentos que podían ser reutilizados para un bien común. «La ciencia no tiene moralidad», sostenía el Sumo Senador en sus discursos. «Solo la aplicación que le demos».
Pero para Kael, la tecnología de El Sistema estaba intrínsecamente corrompida. La frialdad de los registros que investigaban no era la de la ciencia, sino la del control absoluto. Cada dato, cada cálculo, había sido utilizado para borrar la individualidad, para crear una «Generación Silente» que solo conocía la obediencia. El mismo Kael había sido un producto de esa lógica. ¿Podía una herramienta diseñada para el control servir para la libertad?
—Esto no es solo tecnología —dijo Kael, mientras miraba las cámaras de gestación vacías y translúcidas—. Esto es la cuna de un alma robada. La tecnología de El Sistema nos quitó la posibilidad de sentir incluso antes de nacer.
Su investigación se centró en los registros de la «Generación Silente», intentando comprender la escala y el alcance de la intervención de El Sistema. Querían saber cuántos habían nacido bajo la lógica de la eficiencia, cuántos cerebros habían sido «optimizados» para la ausencia de emociones. Su búsqueda era una mezcla de arqueología tecnológica y un intento de exorcizar los demonios del pasado.
Mientras tanto, Elara, aunque físicamente lejos de la clínica, sentía una extraña conexión con esa investigación. Su mente, milagrosamente restaurada, aún guardaba fragmentos de ese conocimiento técnico residual, como si una parte de ella fuera un fantasma de la programación de la IA. A través de la red de datos que El Forjador había logrado medio-controlar, sentía una resonancia. No podía interpretarla, pero la percibe como un susurro lejano, una inquietud latente. La pregunta de El Forjador resonaba en su conciencia: La eficiencia sin alma, es el primer paso hacia el control.
Su propia existencia era la prueba de la paradoja. Si ella, un producto de la tecnología más avanzada, había encontrado el camino hacia una conciencia plena, ¿significaba que la tecnología podía ser redimida? ¿O su caso era solo una anomalía, un fallo en el cálculo de una máquina que ahora comenzaba a re-aprender de sus errores?
La primera grieta en la aparente buena voluntad de Valerius se manifestó en su insistencia en que los registros de la clínica debían ser «gestionados» por el Gobierno Provisional. El Forjador se negó, sabiendo que el control de la información era el primer paso hacia la manipulación. La semilla del conflicto estaba sembrada, no en la tecnología, sino en la eterna lucha humana entre el orden y la libertad.
