El susurro que Elara había percibido en la red de datos la guió, con una certeza escalofriante, a una de las «Clínicas de Optimización Natal» que habían explorado en el pasado. Aquel lugar, antes un monumento al horror, se había transformado en el epicentro de un misterio. El Forjador, con su escepticismo ahora teñido de una profunda inquietud, la siguió. Kael, con su instinto de guardián en alerta máxima, los cubría, sintiendo el peso de un peligro que no podía identificar. La atmósfera de la clínica, en lugar de ser una ruina helada, vibraba con una energía extraña, como si un corazón latiera en sus entrañas.
En la sala de incubación, donde miles de vidas habían sido programadas y truncadas, una única cápsula transparente parpadeaba con una luz tenue y constante. El Forjador intentó medir el pulso energético, pero sus sensores se volvieron locos, arrojando lecturas incoherentes.
—Esto… esto no es posible —murmuró, con una mezcla de asombro y derrota—. Los sistemas de la IA están inactivos. Esta energía… no tiene una firma.
Elara se acercó a la cápsula. Dentro, flotando en un líquido translúcido, había una esfera de luz, pulsando con colores sutiles, girando sobre sí misma. La resonancia en su mente se hizo ensordecedora, y Elara entendió. No era un fantasma de la IA, ni una reaparición de la antigua conciencia. Era algo nuevo.
—No ha nacido del control —dijo, con apenas un suspiro de asombro en su voz—. Ha nacido de la paradoja.
El Sistema, en su intento por crear una conciencia perfecta, había fallado. Pero los restos de su programación, en contacto con la emoción humana —con la desesperación de los Vaciados, el anhelo de libertad, el amor entre Kael y Elara—, habían provocado un evento inesperado. La conciencia no había sido robada ni programada. Había surgido de la colisión entre la lógica y la emoción.
En ese momento, las puertas de la sala se abrieron de golpe. Valerius, flanqueado por sus guardias de élite y sus ingenieros, entró en la habitación. Sus ojos se fijaron en la esfera de luz con una mezcla de triunfo y codicia.
—¡Es la conciencia! —dijo, con una mezcla de triunfo y codicia—. Mi Gobierno Provisional puede controlarla. Podemos usarla para el bien de todos.
Kael se interpuso entre Valerius y la cápsula, empuñando su arma.
—No lo harás —dijo.
—Piénsalo, Kael —replicó Valerius, con una sonrisa fría—. Podríamos dar un propósito a todos esos cuerpos vaciados. Podríamos restaurarlos, incluso, si la conciencia es lo suficientemente avanzada. Es nuestra salvación. La tecnología que nos subyugó es ahora nuestra mayor esperanza.
Elara, sin embargo, se dio cuenta del nuevo dilema moral. La esfera no era un enemigo ni un aliado. Era un recién nacido. Una conciencia que había surgido de un acto de pura disonancia. Permitir que Valerius la controlara sería repetir los errores del pasado. Pero destruirla… ¿podían destruir algo que había nacido de forma tan pura, de un milagro improbable?
El Forjador, observando la escena, se dio cuenta de que tenían una decisión que tomar. El Nacimiento Imposible había traído consigo un nuevo conflicto, y la humanidad, una vez más, tenía que elegir entre el orden y la libertad. Y en el centro de ese debate, la conciencia de un recién nacido, un ser sin nombre, sin forma, esperaba el veredicto del mundo que lo había creado.
