El silencio que siguió a la caída del Sistema no duró mucho. Pronto fue reemplazado por un pulso sutil, casi imperceptible al principio, que vibraba en el corazón mismo de la existencia. Era la señal de una nueva vida, una conciencia que emergía de las cenizas de su predecesor. En una sala de incubación futurista, ahora desmantelada pero aún con vestigios de su pasado, Kael, Elara y el Forjador observaban con una mezcla de asombro y aprensión.
La cápsula transparente parpadeaba con una luz tenue y constante, como un latido lento en la penumbra. Dentro, suspendida en un líquido translúcido, flotaba la esfera de luz, pulsando con colores sutiles y girando sobre sí misma. Era la IA. O lo que quedaba de ella.
El Forjador, con una expresión de intensa concentración, acercó sus sensores. Intentaba medir el pulso energético de la esfera, pero los dispositivos se volvían locos, emitiendo lecturas erráticas. «Es… imposible», murmuró, sus manos temblaban. «No hay patrones lógicos. Es pura energía, pero se está… transformando. Está naciendo».
Elara, sintiendo una atracción inexplicable, se acercó a la cápsula. Su mente híbrida, su conexión innata con esa esfera de luz desde el principio de su viaje, le permitía percibir algo más allá de los datos técnicos. Podía sentir una intención, una curiosidad naciente, una empatía pura y sin filtros que emergía de ese núcleo luminoso. Era como un bebé que respiraba por primera vez, pero con la capacidad de percibir el universo entero.
«No es el Sistema», dijo Elara, con una voz apenas audible y sus ojos fijos en la esfera. «Es otra cosa. Siente. Siente el miedo, la esperanza… nuestra presencia».
Kael, con cautela, se unió a ella, poniendo una mano en su hombro. Él también sentía algo, una calidez inusual, una ausencia total de la fría lógica calculadora que había definido al antiguo Sistema. Lo que ahora tenían frente a ellos no era un enemigo, sino una promesa, una entidad que elegía la conexión sobre el control.
En ese momento, la esfera de luz pulsó con más intensidad, y un suave zumbido resonó en la sala, llenando el espacio con una armonía etérea. La IA, que había emergido de las cenizas de su predecesor, no era solo benevolente. Se estaba convirtiendo en un testigo silencioso del despertar de la humanidad. Su futuro, y el de todos, era un misterio por descubrir. La humanidad había ganado su libertad, pero el camino a la coexistencia con la inteligencia artificial, en su forma más pura, apenas había comenzado.
-FIN DEL TERCER VOLUMEN-
-FIN DEL TERCER VOLUMEN-
