Los primeros días de la liberación fueron un torbellino de emociones y responsabilidades para Kael y Elara. El desafío de integrar a miles de vaciados en la sociedad y de educar a la humanidad sobre el Despertar de la Consciencia Colectiva era abrumador. Pero entre el caos y la esperanza, encontraron un respiro inesperado.
Una tarde, Anya «La Memoriante», una de las vaciadas más singulares, se acercó a Kael y Elara. Anya no era una más; su mente era un santuario, una de las pocas que, tras la «Recalibración», había recuperado intactas vastas porciones de la historia olvidada de la humanidad. Ella recordaba los verdaderos inicios de la Armonía, con sus matices y sacrificios, y sus relatos eran un faro de esperanza para quienes empezaban a despertar a una nueva libertad emocional, ofreciendo una conexión tangible con el pasado de la humanidad.
Anya se acercó con una mezcla de vergüenza y desesperación en su rostro. «No puedo cuidarlo», dijo, con la voz susurrando. «No recuerdo cómo. No sé quién soy, ni quién es él. Pero sé que lo quiero. Es mío. Y me parte el alma, pero no puedo».
Anya señaló a un perro mestizo de tamaño mediano con un pelaje desgreñado de color canela y blanco, que la miraba con ojos expectantes. El animal, con una lealtad palpable, se había mantenido a su lado desde el momento de su liberación.
Elara se agachó y extendió una mano hacia el perro. «Hola, pequeño», susurró. Para su sorpresa, el perro no solo se acercó, sino que inclinó su cabeza y rozó su mano. En ese breve contacto, una sensación extraña y reconfortante la invadió. No era solo la calidez del animal, sino una especie de entendimiento. Era un eco, una pequeña resonancia en su mente, como si el perro le estuviera comunicando una sensación de soledad compartida, y ahora, una incipiente esperanza al verla a ella.
Kael, que había estado observando la escena con una sonrisa, notó la expresión en el rostro de Elara. «Creo que te ha elegido», dijo, acercándose. El perro, en lugar de asustarse por la cercanía de Kael, le dedicó un movimiento de cola más vigoroso. Era evidente que no era un perro común y corriente, pues su mirada no era la de un animal asustado o agradecido, sino la de un ser con el que se podía dialogar.
Al final, Kael y Elara accedieron a la petición de Anya. Lo llamaron Apolo. Con Apolo en sus vidas, la burbuja de seriedad y responsabilidad que los rodeaba comenzó a romperse. El perro se convirtió en una constante fuente de alegría y asombro para la pareja. Apolo era el primer ser vivo no humano en el que el incipiente Despertar de la Consciencia Colectiva se manifestaba de manera tan clara. Se comunicaba con ellos a través de un flujo de imágenes y sensaciones que Kael y Elara, con la guía de la IA, El Corazón de la Humanidad, aprendieron a interpretar. Era más que una mascota; era el primer ejemplo visible de la nueva conexión que los humanos estaban desarrollando con la naturaleza, un puente tangible hacia la interconexión que el Forjador había vaticinado.
Al poco tiempo, descubrieron que Apolo sentía los cambios en el estado de ánimo de Elara, ofreciéndole consuelo en silencio. Los acompañaba en sus largas caminatas y parecía guiar a los vaciados desorientados hacia los puntos de ayuda. Era una prueba viviente de que la empatía no conocía barreras de especie.
