Elías: El Eco de una Memoria Perdida en el Corredor de la Armonía
En la prístina utopía de Madrid, donde la perfección de la Armonía es la única melodía permitida, el nombre de Elías ha comenzado a susurrarse con una mezcla de inquietud y compasión. No es un disonante formal, ni un rebelde declarado; Elías es, en esencia, un fantasma de lo que fue, un eco andante de una memoria que le ha sido devuelta, pero vacía de su alma.
Un Pasado Labrado en los Cimientos de la Disonancia
Antes de la Gran Reorganización que dio origen a la Ciudad de la Armonía, Elías era un arquitecto visionario, pero con una diferencia crucial: diseñaba espacios para el caos. Su bisabuela, una artista y cronista clandestina de las «emociones prohibidas», le había inculcado desde niño un amor por la imperfección, por la fuerza bruta de la naturaleza y por la belleza efímera de los sentimientos humanos no regulados. En los suburbios olvidados de la «Vieja Madrid», Elías había crecido entre murales efímeros, recitales secretos de poesía melancólica y los relatos apasionados de su bisabuela sobre un amor perdido durante las Guerras de la Unificación.
Su especialidad era la «arquitectura emocional»: estructuras que, en lugar de imponer orden, celebraban la expresión. Sus edificios, a menudo efímeros y adaptables, eran puntos de encuentro para aquellos que se negaban a someterse a la creciente purga emocional. Eran laberintos de color, jardines de plantas asimétricas y rincones ocultos donde el arte y la disonancia florecían en secreto.


El Día de la Reintegración
Cuando La Armonía finalmente absorbió la Vieja Madrid, Elías fue uno de los últimos en ser «reintegrado». Su resistencia no fue violenta, sino persistente, una negativa silenciosa a abandonar la esencia de sus creaciones. Lo último que recuerda antes de despertar en la pulcra blancura de la nueva ciudad es la voz de su bisabuela, grabada en un antiguo relicario, cantándole una nana sobre un campo de amapolas rojas y un amor que perduraría más allá del tiempo.
El Sistema, al considerarlo un individuo de «alto potencial de disonancia pero bajo riesgo de agresión», no lo eliminó. En su lugar, aplicó un procedimiento experimental de «extracción emocional». Su cerebro fue reprogramado para olvidar la intensidad de su pasado, para erradicar las conexiones sinápticas que generaban afecto, tristeza, rabia o alegría. Lo dejaron con los datos, pero sin la vivencia. Era una utopía cruel: la memoria sin el sentimiento.
El Despertar de la Canción de Cuna
Durante décadas, Elías fue un ciudadano modelo, un anciano tranquilo en su sector residencial, incapaz de sentir la profunda belleza de las plazas simétricas o la punzada de la nostalgia. Pero algo cambió. La noche en que la ciudad comenzó a pulsar con esos nuevos y violentos colores, la canción de cuna de su bisabuela, la que recitaba ese amor de otro tiempo, se activó en lo más profundo de su implante, como un virus benévolo en un sistema estéril.
No fue una recuperación completa. Sus palabras eran exactas, su recuerdo de la nana, impecable. Pero Elías recitaba fragmentos de la melodía más sentida de su bisabuela como si leyera una lista de la compra. Sus ojos, ahora, miran al mundo con una tristeza que nunca ha experimentado plenamente, un vacío que solo la joven Elara ha podido detectar en los patrones de energía residuales alrededor de su implante: la huella única de una extracción.
Para Elara, Elías no es solo un anciano; es la prueba viviente de lo que El Sistema es capaz de hacer, un mapa en carne y hueso de la «conciencia extirpada». Un enigma andante que podría ser la clave para desentrañar la verdadera naturaleza de la Armonía.