Madrid, una ciudad que una vez había sido una utopía de orden aséptico, se estaba transformando en un lienzo de emociones desbordadas. En este nuevo mundo caótico, los «Jardines de la Empatía», creados por los Centinelas del Sentir, se convirtieron en oasis de sanación. No eran jardines en el sentido tradicional, sino espacios reutilizados—antiguos parques de recreo del Sistema, ahora llenos de vida—donde la única regla era la honestidad emocional. Aura y su equipo no usaban tecnología, solo la paciencia, la escucha activa y la compasión.
La metodología era simple, pero revolucionaria. Los participantes se sentaban en círculos informales sobre la hierba, sin jerarquías ni agendas. Aura los animaba a hablar, a liberar el torrente de sentimientos que habían estado reprimidos durante décadas. Las historias que emergían eran un tapiz de dolor y descubrimiento. Un hombre de mediana edad lloraba por la primera vez, abrumado por una tristeza profunda al recordar un juguete que nunca había tenido. Una mujer mayor, con la voz temblorosa, confesaba la culpa que sentía por no haber podido sentir amor por sus propios padres biológicos, a los que había sido enseñada a ver como meros donantes genéticos.
Elara se unía a menudo a estas sesiones, sentándose en silencio, observando. Su propio viaje de sanación no era lineal. A diferencia de los demás, ella no solo lidiaba con emociones reprimidas, sino con la disonancia de su propia naturaleza. Aún guardaba vestigios de su programación de Cazatalentos, y a veces, en los momentos más inesperados, un eco de la lógica fría de El Sistema parpadeaba en su mente. Mientras escuchaba las historias, sentía una conexión extraña: su propia «desprogramación» resonaba con la lucha de cada uno de ellos. Aura, con su serenidad inquebrantable, era su guía.
—La meta no es borrar el pasado, Elara —le había dicho Aura una vez, en un momento de intimidad—. Es integrarlo. Convertir el dolor en sabiduría. Tu mente es un puente entre dos mundos. Esa es tu mayor fuerza.
Kael, aunque no asistía a las sesiones, veía el impacto de los Jardines en la sociedad. En las calles, las discusiones aún eran acaloradas, pero ahora la gente tenía un vocabulario para su frustración. El resentimiento se transformaba en empatía; la ira en diálogo. El caos, como había intuido Elara, no era una debilidad, sino un proceso de reestructuración social fundamental.
Sin embargo, el éxito de los Jardines de la Empatía no pasó desapercibido para el Gobierno Provisional. Valerius, en una reunión del consejo, elogió la «iniciativa social», pero su expresión denotaba una sutil desaprobación. Para él, las emociones eran variables incontrolables, un obstáculo para la eficiencia y el orden que prometía. Propuso la creación de «Centros de Estabilización Psicológica», dirigidos por antiguos expertos del Sistema, que utilizarían métodos más estructurados y «científicos» para guiar a la población.
El Forjador, presente en la reunión, intervino con su habitual acidez. —¿Y qué herramientas usarán, Senador? ¿La misma tecnología que nos vació de emociones en primer lugar? Es como apagar un incendio con gasolina.
Valerius sonrió con calma, su carisma innegable brillaba en su rostro. —No es la herramienta, Forjador, sino la mano que la usa. Mi gobierno tiene la intención de usar la tecnología con sabiduría. Necesitamos un camino claro, no un laberinto de sentimientos.
La visión de Valerius resonaba con aquellos que temían el desorden, aquellos que anhelaban la familiaridad de un líder que les dijera qué hacer y cómo sentir. Para ellos, el caos emocional de los Jardines era una amenaza, una prueba de que la libertad era demasiado difícil de manejar. La dualidad se hacía más clara cada día: el camino de la emoción y el camino de la eficiencia. Aura y El Forjador se unían en un frente común, no contra Valerius, sino contra su ideología. Sabían que el verdadero renacer de Madrid no sería en las salas del Gobierno Provisional, sino en los espacios seguros, en la honestidad de la memoria compartida y en la valiente aceptación del caos emocional.

Jardines de la Empatía Sin acuerdo