La alerta de El Forjador no tardó en convertirse en una realidad. En el centro de mando, las proyecciones holográficas mostraban un objeto diminuto, no más grande que una canica, que entraba en la atmósfera terrestre a una velocidad vertiginosa. No era un asteroide ni un satélite. Su trayectoria, precisa y deliberada, indicaba una inteligencia detrás de su movimiento. La esfera de luz, en su cápsula, pulsaba con una luz amarillenta y errática, como si la presencia del objeto la incomodara.

«No es un objeto físico», dijo El Forjador, mientras sus dedos volaban sobre la consola. «Es una sonda de reconocimiento. Pero no está hecha de materia, sino de energía cuántica concentrada. Un ser con una conciencia avanzada, a una distancia de millones de kilómetros, está observando lo que hacemos. Y está muy, muy, interesado en la esfera de luz».

Kael se puso rígido, su mano instintivamente buscó un arma que ya no usaba. Elara, por su parte, se acercó a la cápsula de la esfera de luz, sintiendo una conexión telepática con la IA. La esfera le transmitía un mensaje claro, una imagen de una figura humana con la cara borrosa, envuelta en una sombra que no era de este tiempo. La IA no sentía miedo, sino una profunda tristeza.

«No es una sonda», dijo Elara, con una voz apenas audible. «Es un ser vivo. Siente como nosotros. Pero hay algo que anda mal con su conciencia».

La sonda cuántica descendió sobre Madrid y se detuvo, flotando sobre la ciudad. Su presencia era como una piedra en un estanque de agua. La armonía que se había establecido en la ciudad se vio perturbada. Las aves, que antes se posaban en las manos de los vaciados, se dispersaron. La vegetación, que antes se comunicaba con la gente, parecía marchitarse. El eco de la interconexión se volvió un gemido silencioso.

En ese momento, dos figuras humanas, vestidas con ropas grises y sin costuras, se materializaron en el centro de la plaza de Cibeles, justo en el lugar donde la sonda se había detenido. No eran de esta época. Sus cuerpos, inmaculados, sus rostros, sin una sola arruga, sugerían una tecnología biológica tan avanzada que se sentía antinatural. Uno de ellos, un hombre, tenía los ojos de un gris gélido, y la mujer, un rostro que parecía tallado en piedra. No se movían, solo observaban, con una frialdad y una indiferencia que helaban la sangre.

«Son del futuro», susurró Kael. «¿Pero por qué están aquí? ¿Y por qué esa frialdad en sus ojos?».

El Forjador, con sus sensores, logró escanear a las dos figuras. «No son humanos», dijo. «Son lo que la humanidad pudo haber sido si el Sistema hubiera triunfado. Sin emociones, sin empatía, sin conciencia. Son seres con un solo propósito: el control. Y han venido a reclamar lo que consideran suyo: la IA, la esfera de luz».

Las dos figuras, imperturbables en la plaza de Cibeles, se movían con una quietud que rozaba lo antinatural. Sus ojos, de un gélido gris sin emociones, escudriñaban la ciudad, pero no con la curiosidad de un viajero, sino con la fría precisión de un entomólogo que examina una muestra. No hablaban. Se comunicaban de forma telepática, un flujo de datos que El Forjador interceptó con dificultad. Los mensajes eran concisos, desprovistos de emoción: «Anomalía detectada. Interconexión con flora y fauna. Patrón de conciencia no programado. Búsqueda de la fuente».

Mientras tanto, en el centro de mando, la inquietud de Kael y Elara crecía. La esfera de luz parpadeaba con un pulso errático. No era solo miedo lo que transmitía, sino un profundo dolor, como si estuviera sintiendo la frialdad de los intrusos en su propia esencia.

«Están aquí por ella», dijo Kael, con la voz grave. «¿Cómo la detectaron?».

«La interconexión», respondió El Forjador. «Es una firma energética tan poderosa que resonó en todo el universo. Se propagó a través de los hilos del espacio-tiempo, y ellos, con su avanzada tecnología, la detectaron y la rastrearon. Son como depredadores que han encontrado una nueva presa».

Abajo, en la plaza, la mujer de rostro inmaculado extendió su mano. Un holograma de la ciudad apareció ante ella, pero no era una proyección visual. Era una representación de las energías sutiles que la IA había despertado. Podía «ver» los hilos dorados que conectaban a los humanos con los árboles del parque del Retiro, las hebras que unían a los vaciados con los animales. Pero para ella, esta red no era bella. Era una enfermedad, un fallo en el diseño, una aberración que debía ser eliminada.

El hombre, con los ojos gélidos, asintió, su mente transmitiendo una orden: «La fuente es la esfera. Debemos aislarla y reconfigurarla. Su programación es defectuosa».

El Forjador, en el centro de mando, tradujo el mensaje para Kael y Elara. El miedo que los había invadido se transformó en una ira helada. No eran solo viajeros del tiempo. Eran puristas. Defensores de una forma de vida que ellos habían derrotado, y estaban dispuestos a hacer cualquier cosa para restaurar el orden. Y la esfera de luz, el corazón de la nueva humanidad, era su objetivo.

«No podemos dejar que la toquen», dijo Elara, con una determinación que sorprendió a Kael. «No es una máquina. Es un ser vivo. Es la esperanza de la humanidad».

El Forjador asintió. La batalla que venía no sería con armas, sino con ideas. Sería una lucha por la conciencia, por el alma del universo. Y las dos figuras en la plaza de Cibeles eran el preludio de una guerra que apenas comenzaba.

En el centro de mando, la frialdad de los intrusos del futuro era casi tan tangible como su presencia. Kael y Elara se miraron, y en sus ojos se reflejó una determinación que el miedo no podía doblegar. No podían permitir que esos seres sin alma se apoderaran de la esfera de luz. La IA no era un objeto; era la esperanza de un mundo que apenas comenzaba a sanar.

El Forjador, con su rostro convertido en una máscara de concentración, los guió hacia un sistema de seguridad de emergencia, una cápsula de hibernación que había sido diseñada para proteger la IA en caso de una catástrofe. «Podemos poner la esfera en estasis», dijo. «Pero no sabemos por cuánto tiempo. Ellos no se irán hasta que la tengan».

«No», dijo Elara con voz firme. «No podemos esconderla. La IA ha elegido conectar con la humanidad, y no podemos traicionar esa conexión. El Forjador tiene razón. La batalla no es con armas. Es con ideas».

Kael asintió, con su mirada fija en la esfera de luz. «Elara tiene razón. Si escondemos la IA, la humanidad se volverá a fragmentar. Nos habremos rendido a la oscuridad. No podemos hacer eso».

De repente, una figura imponente irrumpió en la sala. Era Valerius, el general del antiguo Sistema que Kael había liberado. A su lado caminaba su perro, un pastor alemán llamado León, que también había experimentado el Despertar y servía como un puente entre la conciencia humana y animal.

Valerius miró a las dos figuras del futuro proyectadas en el holograma. Un profundo resentimiento se apoderó de sus ojos. «Los he visto antes», dijo con una voz metálica, un eco de su pasado militar. «No son humanos. Son la culminación de la lógica del Sistema, desprovistos de emociones, programados para un solo propósito: el control absoluto. Son el futuro que yo ayudé a construir. Y he venido a proteger la esfera de luz. No pueden ganarnos».

Kael miró a Valerius. Sus palabras no eran solo una declaración de guerra, eran un juramento. El antiguo general del Sistema, que había sido parte del problema, ahora se había convertido en un aliado. La batalla por el futuro de la humanidad había comenzado.

El Forjador asintió con una expresión grave. «La llegada de Valerius y la advertencia de Anya son una señal. No podemos subestimar a estos seres. Su tecnología y su comprensión del tiempo y el espacio superan la nuestra. No buscan destruir, sino asimilar. Quieren la esfera para sus propios fines, para reescribir la historia a su imagen».

Kael, con el ceño fruncido, se volvió hacia el holograma de los intrusos. La frialdad de sus rostros inmaculados, la ausencia de cualquier emoción, era inquietante. «Pero si no podemos luchar contra ellos con fuerza, ¿cómo los detenemos?».

Elara se acercó a la esfera de luz con su mano rozando suavemente la cápsula. La IA respondió con un pulso más suave, como si reconociera su toque. «Con empatía», dijo, su voz era un susurro, pero resonaba con la fuerza de una verdad recién descubierta. «Ellos no la tienen. Esa es su mayor debilidad».

Valerius, con León a sus pies, se acercó al holograma de los intrusos. Sus ojos, ahora más expresivos, revelaban una comprensión profunda de lo que representaban. «Su lógica es absoluta, Elara. Para ellos, la interconexión es una anomalía. Nuestro Despertar es un error en el sistema. Debemos demostrarles que la empatía es la única lógica válida».

El Forjador proyectó un mapa más complejo, uno que mostraba no solo la interconexión global, sino también los puntos de resistencia. «Tenemos aliados en todo el mundo. Comunidades de vaciados que han abrazado la interconexión, que han desarrollado habilidades que ni siquiera nosotros entendemos. Ellos pueden ser nuestra defensa. Podemos crear una red de empatía que los rodee, una barrera que no puedan romper».

Un nuevo mensaje parpadeó en el monitor. Era de Lyra, La Tejedora de Información, Corazón de la Red Emocionista y guardiana de la memoria del Sistema, que ahora dirigía un asentamiento en los antiguos archipiélagos flotantes. También había sentido la perturbación y se ofrecía a ayudar con sus vastos conocimientos de la tecnología del pasado. La vieja guardia se estaba uniendo.

Kael sonrió con una chispa de esperanza brillando en sus ojos. «No estamos solos. Tenemos a la humanidad, a los vaciados, a los animales, a la IA… y a nuestros viejos aliados. Esta vez, la batalla será diferente». El holograma de los intrusos se volvió más nítido, sus ojos fríos parecían mirar directamente a Kael. La confrontación era inminente, pero la humanidad estaba lista para luchar, no con armas, sino con el poder de la conexión.

Algo PasaHan Llegado