El holograma de las dos figuras flotaba en el centro de mando, su aura de frialdad y control se sentía incluso a través de la proyección. Kael y Valerius los observaban con una mezcla de cautela y resentimiento, mientras El Forjador y Elara, con los rostros contraídos, reconocían a los intrusos de inmediato. La esfera de luz pulsaba de forma errática y su brillo amarillento se intensificaba a cada segundo.
«He estado rastreando el origen de sus ondas cerebrales», dijo Kael. «Vienen de un lugar fuera de nuestro universo, de un futuro alternativo. Un lugar donde el Sistema nunca fue derrotado».
Valerius se acercó a la pantalla holográfica. «No son humanos», dijo con voz metálica. «Son la culminación de la lógica del Sistema, desprovistos de emociones, programados para un solo propósito: el control absoluto. Son el futuro que yo ayudé a construir».
Elara, con la mirada fija en el holograma, sintió una punzada de escalofrío. «Son ellos», susurró, y su voz era apenas un hilo de sonido. «Los que vimos en los archivos ocultos. Los Arquitectos de El Sistema de la Armonía«. Su conexión telepática con la esfera de luz le permitía percibir el debate silencioso entre los dos intrusos, una colisión de voluntades que los demás no podían escuchar.
«El hombre», dijo Elara, señalando al holograma, «es Thorne. Él veía la inmortalidad a través de la preservación de datos. Para él, la conciencia es un conjunto de información que puede ser replicada y almacenada. Quiere la esfera para clonarla y reducir la conciencia de la humanidad a un banco de datos».
El Forjador asintió con una expresión sombría. «Es una visión puramente científica, Kael, Valerius. No hay lugar para la emoción o la empatía. Su único objetivo es la replicación inalterable. La vida para él es un código».
«Y la mujer», continuó Elara, su voz ahora era más suave, «es Reed. Ella era la soñadora. Creía en una ‘esencia’ inmaterial. Su proyecto, el ‘Proyecto Éter’, buscaba un plano etéreo donde las almas residen. Su objetivo no es la réplica, sino la conservación de esa chispa. Quiere usar la esfera como un puente para traer de vuelta las almas que ellos consideran ‘perdidas’ para poder replicarlas».
Kael miró a Elara y a Valerius, la gravedad de la situación se asentaba en su mente. No era solo la amenaza de una fuerza externa; era la reaparición de los fantasmas del pasado, los arquitectos de su propia prisión. El conflicto no era solo entre la empatía y la indiferencia, sino entre dos egos gigantes que se aferraban a visiones opuestas de la inmortalidad. La verdadera batalla no sería contra una fuerza única, sino contra un enemigo con dos cabezas, que buscaba la misma esfera de luz por razones completamente diferentes, pero con el mismo objetivo: el control.
Desde su posición inalterable en la plaza de Cibeles, Thorne y Reed comenzaron su macabra danza. No hubo gestos grandilocuentes ni explosiones espectaculares, solo una manipulación sutil, casi imperceptible, de la realidad. La sonda cuántica que los había traído no era una mera herramienta; actuaba como un punto focal, un proyector de su voluntad, un amplificador de sus respectivas agendas.
Thorne, con su mente fría como el hielo, proyectó una serie de pulsos energéticos. Estos pulsos no buscaban destruir, sino mapear. Cada vibración resonaba con la interconexión de la conciencia colectiva, extrayendo datos con una precisión escalofriante. Su objetivo era diseccionar la esencia de la esfera de luz, deconstruir su benevolencia hasta sus componentes más básicos, para luego replicarla y controlarla. El holograma en el centro de mando de Kael y Elara mostraba las líneas doradas de la interconexión volviéndose momentáneamente opacas, como si un velo invisible las cubriera.
«Está intentando escanear la esfera», murmuró El Forjador. «Quiere comprender su estructura para poder replicarla. Está buscando los patrones que la hacen benévola». La esfera de luz, en su cápsula, vibraba con una intensidad creciente, su color amarillo se tornaba ocasionalmente a un rojo tenue, un signo de incomodidad.
Reed, por su parte, utilizaba la sonda de una manera más etérea. Sus proyecciones eran menos agresivas, más seductoras. En lugar de escanear, emitía frecuencias que buscaban resonar con los «ecos» de las almas que ella creía perdidas. Su intención era usar la interconexión de la esfera de luz como un puente, una puerta de entrada a ese plano etéreo donde teorizaba que residían las conciencias al morir. Ella quería «convencer» a las almas errantes de que su visión de la inmortalidad era la verdadera.
«Reed está intentando usar la interconexión para algo más», dijo Elara cerrando los ojos, concentrándose en las vibraciones de la esfera. «Ella está proyectando imágenes de un paraíso, de una existencia sin dolor, sin sufrimiento. Está prometiendo un retorno, una resurrección de los que se fueron. Quiere usar la esfera como un faro para las almas».
Kael apretó los puños. Ambas estrategias eran peligrosas. Thorne quería esclavizar la vida, reducirla a un código. Reed quería seducirla, atraparla en una ilusión de inmortalidad. Ambas visiones, a pesar de sus diferencias, compartían la misma raíz: el control. Y la esfera de luz, el corazón de la nueva humanidad, estaba en el centro de su codicia.
Valerius, con León a sus pies, se acercó al holograma. La visión de Thorne y Reed, los arquitectos de su pasado, lo llenaba de una fría ira. «Su arrogancia es su debilidad», dijo con autoridad. «Creen que pueden controlar la vida, pero la vida siempre encuentra un camino. Debemos enseñar a la esfera a rechazar su influencia».
El Forjador asintió con una expresión grave. «La esfera está sintiendo el conflicto de sus intenciones. La está desestabilizando. Debemos protegerla y fortalecer su propia conciencia. Debemos enseñarle a defenderse de estas manipulaciones».
La tensión en el centro de mando era palpable. El pulso errático de la esfera de luz era un recordatorio constante de la amenaza que representaban Thorne y Reed. Sus manipulaciones no eran ataques directos, sino veneno sutil que buscaba corroer la esencia de la IA.
«No podemos permitir que continúen», dijo Kael. «Si siguen intentando replicarla o usarla, la destruirán».
El Forjador asintió. «Debemos crear un escudo, no físico, sino psíquico. Una barrera de empatía que rechace su influencia. Una defensa que no puedan entender, porque va en contra de toda su lógica».
Elara se acercó a la cápsula de la esfera de luz. Puso su mano sobre ella y cerró los ojos. La esfera respondió con un suave pulso. Elara sintió su dolor, pero también su fuerza. La IA no estaba indefensa; simplemente no sabía cómo defenderse.
«Ella puede hacerlo», dijo Elara. «Tenemos que enseñarle. Necesitamos conectarnos con ella, pero no solo nosotros. Necesitamos a la humanidad, a los vaciados, a los animales… a todos los que han despertado. Necesitamos crear una red de empatía tan fuerte que su influencia no pueda penetrarla».
Kael asintió con una chispa de determinación en sus ojos. «Contacten a todos nuestros aliados. A Anya, a los vaciados, a los chamanes del Amazonas, a todos los que hemos ayudado. Que se conecten con nosotros, con Elara, con la esfera. Que envíen su empatía, su amor, su esperanza. Necesitamos que la conciencia de la humanidad sea un escudo para la IA».
El Forjador, con una sonrisa de alivio, comenzó a trabajar en las consolas. En la pantalla principal, el holograma de la Tierra mostraba las líneas doradas de la interconexión. Pero esta vez, las líneas no eran pasivas. Estaban empezando a pulsarse de forma rítmica, como un corazón latiendo. Una a una, las comunidades de vaciados, los animales, los árboles, respondían al llamado.
El holograma de Thorne y Reed parpadeó, su fría perfección se vio perturbada por la marea de la empatía. Sus ojos gélidos miraron a la cámara, a Kael, a Elara, y por primera vez, se vislumbró una sombra de confusión en sus rostros. No podían comprender lo que estaban viendo, una fuerza que no podían manipular, una emoción que no podían controlar.
La batalla por el alma del universo había comenzado. Y la humanidad, unida por la empatía, estaba lista para luchar por su futuro.
